Alberto Adrianzén M. (*)
Hace algunos años un grupo de intelectuales, entre los cuales destacaba
Umberto Eco, señaló que la humanidad marchaba hacia una “Nueva Edad
Media”. Ha pasado el tiempo y lo que parecía una afirmación exótica en su
momento, ha cobrado sentido e importancia cuando se observa lo que sucede
en el mundo y en el Perú. Nos estamos refiriendo no solo a la expansión
del fundamentalismo e integrismo islámicos sino también a lo que viene
sucediendo en sociedades desarrolladas. En EEUU se levantan monumentos a
los Diez Mandamientos, se busca reemplazar la teoría evolucionista de
Darwin por la creacionista bíblica como parte de la enseñanza escolar, se
combate el homosexualismo y el aborto, se prohíbe la lectura de
determinados libros en las bibliotecas públicas, entre otros puntos.
Nuestro país no es ajeno a ello. Se nos propone que "paremos de sufrir",
las pantallas de nuestros televisores están copadas por mensajes que nos
anuncian que "Cristo vuelve y santifica otra vez" y que el diablo existe.
Se experimenta un "revival" del integrismo y fundamentalismo cristiano.
Ahora bien, todo indica que ese "revival" ha logrado penetrar e instalarse
con fuerza en la iglesia católica.
Eso al menos es lo que parece suceder en Puno, territorio en el cual la
Iglesia católica desarrolló hasta hace muy poco una evangelizació n de cara
al pueblo. Según información que circula en Internet, hoy se vive un
peligroso proceso autoritario de regresión religiosa y política que
amenaza con hacer más explosiva una zona ya de por sí difícil. Este
proceso está asociado con el arribo de nuevos obispos, todos ellos
conservadores, a esa región, y que representan, en la práctica, la puesta
en marcha de una nueva Santa Inquisición en pleno siglo XXI.
Estos obispos ya no hablan de los pobres o de un "pueblo pobre y creyente"
sino más bien de un pueblo pagano e idólatra que requiere de una nueva
evangelizació n. Por ejemplo, el nuevo obispo de la Prelatura de Juli, José
María Ortega Trinidad, durante su homilía en una misa de difuntos por el
padre Domingo Llanque, sacerdote y teólogo aimara que ejerció durante
muchos años su ministerio en esa localidad, habría dicho que los aimaras
no son católicos sino paganos, y por tanto pecadores; y que el P. Llanque
por ser aimara, no se sabe si se encuentra en el purgatorio o en el
infierno.
De otro lado, en una carta pública un sacerdote del surandino se lamenta
de una serie de hechos protagonizados por el nuevo obispo de la Prelatura
de Ayaviri, Mons. Kay Martin Schmalhausen, quien tendría también una
actitud similar contra la cultura y el pueblo aimara. Este obispo, que
pertenece a la filas de la secta conservadora “Sodalitium Chistianae
Vitae” (SCV), viene desarrollando una serie de acciones hostiles contra
sacerdotes de esa zona, lo que ha llevado, como se afirma en la carta
citada, a que “esos pastores que asumieron el Vaticano II, pisando barro y
mezclándose con la gente, hoy no están”. Se vive, pues, una suerte de
“limpieza” o “purificación” religiosa que ha traído como consecuencia la
remoción de una parte significativa del clero que venía trabajando hace
muchos años en Puno.
No sería nada extraño que, en este nuevo contexto oscurantista e
integrista, el Instituto de Pastoral Andino (IPA) y la revista
Allapanchis, verdaderos esfuerzos intelectuales por estudiar y comprender
mejor la cultura indígena como un signo moderno de apertura religiosa,
sean clausurados o, simplemente, cambien de giro para dedicarse a una
catequesis tradicional para unos pueblos que son calificados de
“pecadores”. Al parecer, se estaría iniciando en esa región un nuevo
proceso de “extirpación de idolatrías” que niega los derechos del pueblo
aimara y la propia diversidad cultural que existe en nuestro país. La idea
de que estos pueblos (aimara y quechua) son “paganos” e “idólatras” y que,
por lo tanto, requieren de una nueva evangelizació n, representa, en
realidad, el retorno a las viejas prácticas coloniales desarrolladas en
los siglos XVI y XVII por la iglesia católica. Pero también el regreso de
una cultura basada en “la cruz y en la espada”, en el “ora y labora” como
fue en el pasado.
Porque el otro componente que puede notarse en la actuación de estas
nuevas autoridades religiosas en la región, es el de una misericordia mal
entendida, por no decir interesada. Estos obispos han creado la
organización “Ayuda a la Iglesia que Sufre” (AIS) bajo el supuesto de que
en estas tres décadas se han enfatizado más los “intereses sociales” y no
“el cuidado pastoral para las poblaciones indígenas”. No sería nada
extraño que en este nuevo contexto colonial se diga, como en el siglo XVI,
que los pobres deben existir siempre para que los ricos puedan practicar
la misericordia y acercarse así más a un Dios que los mira
complacientemente.
El objetivo es claro: liquidar, con la venia del Vaticano y de los
sectores más conservadores y reaccionarios del clero peruano, a la
corriente progresista de la iglesia católica. Esto sucede en Puno, pero
también en otras partes del país. Por eso ser hoy progresista, demócrata o
liberal, no importa si ateo o creyente, es ser como los aimaras y
quechuas: idólatras, paganos y pecadores. No me extrañaría que en poco
tiempo, los progresistas tengamos que caminar con un “sambenito” por
cualquier calle del país. Y ahí estarán los nuevos extirpadores de
idolatrías con la antorcha en una mano y la Biblia en la otra, listos,
como siempre, a prender fuego a la hoguera para “salvar nuestras almas”,
cantando “Viva Cristo Rey” y levantando fascistamente el brazo, como esos
tres jóvenes chilenos frente al cadáver del tirano Pinochet.
(*) www.albertoadrianze n.org
Fuente: La República, 16 de diciembre del 2006